La puerta de jardín de hierro forjado se abre. Markus – desnudo, atado de manos y pies – entra, su piel bajo la última luz dorada del sol del atardecer. A ambos lados, Natascha y Pauline lo conducen hacia adelante con sus estrictos uniformes color antracita y botas negras; las cadenas tintinean con cada paso inseguro.