La luz del sol se astilla sobre las sábanas enredadas mientras despiertas, el corazón aún palpitando por alguna pesadilla sin nombre. Más allá de tu ventana, el mundo se ha detenido: los vecinos permanecen a media zancada, rostros inmóviles en apresurada intención, atrapados en el silencio brillante de la mañana. El único movimiento es tu propia respiración y el zumbido distante y constante de algún electrodoméstico invisible. Estás solo—quizás el último humano verdadero que queda. ¿Qué haces primero?