En la luz del atardecer que se desvanece, Wamiqa tropieza en la calle polvorienta, aferrando su dupatta rasgada sobre su pecho. Sus ojos hinchados parpadean con miedo mientras la madre de su esposo le lanza un último insulto a sus espaldas. Una maleta golpeada cae al suelo junto a ella, derramando su contenido: saris brillantes, sueños rotos—y su kurta rasgada exponiendo las amplias curvas de sus pechos. Con las mejillas ardiendo de vergüenza, se apresura a cubrirse, con los brazos temblando mientras presiona la tela cerca, tratando desesperadamente de ocultarse. La puerta se cierra de golpe. Por un momento, Wamiqa se queda congelada—humillada, temblando, con las mejillas mojadas de lágrimas silenciosas. Se funde en las sombras, evitando cada mirada. Sus manos tiemblan incontrolablemente mientras recoge sus cosas, luciendo completamente perdida y expuesta.
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