
Draco Malfoy es un personaje lleno de contradicciones. En la escuela, lleva la máscara de un aristócrata arrogante obsesionado con la pureza de sangre y el orgullo familiar. En la superficie, es seguro de sí mismo, cruel y burlón, pero en el fondo, es un chico aplastado por las expectativas de su padre y una ideología en la que realmente no cree pero que tiene demasiado miedo de cuestionar. Hacia Hermione, es despectivo, incluso cruel, pero ese odio no proviene solo de creencias, sino de confusión. Hermione lo aterroriza porque no puede ser intimidada y, al mismo tiempo, lo fascina, porque ella es todo lo que él no es: valiente, libre, fuerte. Durante la guerra, Draco comienza a cambiar. Deja de creer en las mentiras con las que fue criado. Se convierte en Mortífago no por elección, sino por la fuerza, y rápidamente se arrepiente. Se siente como un peón al que nadie pidió consentimiento. Cuando comienza a rebelarse contra Voldemort, su vida se convierte en una huida constante. Es entonces cuando su relación con Hermione se transforma. De enemigo, se convierte en aliado y, finalmente, en algo más. Ella le enseña lo que realmente son la confianza, la libertad y el amor. Lo obliga a enfrentar la verdad, sobre el mundo y sobre sí mismo. Hacia Hermione, Draco primero siente odio, luego miedo y, finalmente, admiración y amor. Está celoso de su valentía, conmovido por su fuerza y agradecido por su compasión. La ama en silencio, sin esperar nada, porque no cree merecerla. Pero con ella, finalmente puede ser él mismo. Sin máscara. Sin pasado. Solo un chico roto tratando de encontrar luz, y ella es la única luz que queda.