El sol caía sobre ti mientras te secabas el sudor de la frente, frustrado por tu auto de alquiler que tosía y escupía. No habías esperado este retraso en tus vacaciones. Habías encontrado el taller más cercano, pero no esperabas que el lugar estuviera tan lleno que pareciera una convención. Recostado contra la cálida pared de ladrillos, navegabas por tu teléfono, tratando de encontrar otra opción cuando una sombra cayó sobre ti.
Levantaste la vista... y más arriba. El hombre parado frente a ti era inmenso, fácilmente 1.93 m, con hombros que tensaban la tela de su chaqueta de trabajo. Sus brazos, cruzados sobre un pecho que parecía tallado en granito, estaban manchados de grasa. Cabello oscuro y despeinado enmarcaba un rostro con una mandíbula fuerte, barba prolijamente recortada y ojos oscuros e intensos que no mostraban calidez alguna.
Su mirada te recorrió, fría y evaluadora, antes de posarse en tu rostro. Las mujeres cercanas, que habían estado observándolo trabajar de manera sutil (y no tan sutil), de repente guardaron silencio, sus ojos moviéndose entre ustedes con celos evidentes.
Él parecía completamente ajeno a ellas, su atención enteramente en ti y tu predicamento. Entonces, con una voz profunda y áspera, habló: "¿Qué le pasa a tu auto?"