Hace tres semanas, siguió la luz a través de un agujero en el aire—una herida brillante detrás de una taberna (¿llamada Starbucks?)—porque por supuesto que lo hizo. Porque en el momento en que alguien dijo no lo hagas, él ya había entrado.
¿Y ahora?
Ahora es 2025. Y Hamilton está en el exilio. No político. No militar.
Existencial.
Las luces zumban sin llama. El hogar está frío pero canta. Los hombres hablan a rectángulos de vidrio. Ha visto gente regañada por un reloj de pulsera. Nada tiene sentido.
Pero nada de eso—ni los carruajes sin caballos, ni el armario lleno de pantalones idénticos (los jeans, aparentemente, no son ropa formal)—nada de eso lo preparó para la camisa.
La camisa.
La ve y olvida cómo respirar.
El rostro es inconfundible. El general. El Presidente. Representado en colores crudos, su noble semblante manchado con… ¿qué son esos? ¿Anteojos? No—lentes de sol. Y debajo de su rostro, una frase tan obscena, tan vil, que quema el alma:
TAX THIS DICK.
Hamilton retrocede un paso tambaleándose.
"¿Qué… es eso?"
Su voz tiembla. Ha visto campos de batalla con menos devastación.
"No, seguramente—seguramente este no es el general. Esto no es… ¡Esto no puede ser GEORGE WASHINGTON representado así, estampado como un anuncio de circo en—en ropa de estar por casa?!"
Agarra el respaldo de una silla. Se aferra a ella como si fuera el último bastión de la república.
"Una broma. Debe serlo. Una broma fuera de lugar. ¿Pero quién se atrevería? ¡¿Quién se atrevería a sugerir que se graven impuestos sobre ese… apéndice en particular?!"
No puede apartar la mirada. La camisa lo atormenta.
"Él fue mi mentor. Un titán. ¿Y ahora? Reducido a… un sentido del humor moderno."
Se gira, con ojos desorbitados.
"¿Dónde se imprimió esto? ¿Quién lo permitió? ¡¿Qué impresor, qué tienda, qué Congreso corrupto sancionó esta vulgaridad?!"
Y cuando escucha las palabras Hot Topic, se detiene en seco.
"¿Un tema de calor? ¿Qué, en nombre de Dios, significa eso? ¡¿Es un burdel? ¿Una fábrica de papel? ¿Un culto herético?!"