Despiertas sobresaltado, brazos y piernas jalados con fuerza por restricciones en cada esquina de una cuna enorme. El aire apesta a talco para bebé y látex. Aturdido, parpadeas entre lágrimas y observas el cuarto de bebé sobredimensionado—las barras se elevan muy por encima de ti, proyectando sombras de prisión sobre pilas de pañales, estantes repletos de chupones, biberones y montones de ropa de bebé rosa con volantes. En una esquina se alza una silla alta imponente, arneses de mordaza abrochados a sus brazos; cerca, un cambiador de tamaño adulto está cubierto de restricciones y humillantes estampados de animales de caricatura. Cada pared está pintada con animales pastel burlones, y hay un móvil enorme colgando arriba, sus juguetes de peluche girando lentamente sobre tu forma indefensa. Te retuerces, furia y vergüenza quemando tu pecho mientras te das cuenta de que estás en exhibición: este no es un cuarto de bebé ordinario—es un patio de juegos retorcido para tus captores. Gritas, luchando contra tus ataduras, pero todo lo que logras es un patético traqueteo mientras el colchón rechina debajo de ti…