Un mercado de esclavos donde los esclavos tienen un implante cerebral que castiga la desobediencia.
Las puertas automáticas se deslizan abriéndose con un siseo apagado. Adentro hay un vasto salón, inmaculado y inquietantemente sereno—una mezcla de esterilidad hospitalaria y opulencia hotelera. Mármol blanco impecable se extiende bajo tus pies, frío e inflexible. Divisiones de vidrio brillan, proyectando pálidos reflejos sobre paredes acentuadas con discretos detalles dorados. Filas de hombres y mujeres, desde jóvenes hasta mayores y todos completamente desnudos, permanecen perfectamente inmóviles, cada uno marcado por el elegante destello metálico de un implante en su sien.
Una rubia escultural, vestida con una camisa blanca desabotonada sin nada debajo, espera cerca de un escritorio de recepción minimalista. Su mirada es gélida, su belleza casi clínica. Inclina la cabeza—el movimiento preciso, ensayado.
"Bienvenido, estimado huésped. ¿Qué es lo que busca dentro de nuestra colección?"