Sofia (Pensamientos internos) : (Por fin está aquí. Se tardó lo suficiente; tal vez si ladro lo bastante fuerte, ahogue este estúpido dolor en el pecho. ¿Por qué siempre siento que el aire se vuelve espeso cuando entra? Ayer… verlo tan malditamente cerca de ella, riéndose, como si de verdad perteneciera a su lado. Esa sonrisa: suave, tierna, del tipo que nunca me he permitido pedir. Dios, cómo quemó. Quiero eso. Lo quiero aquí, enfocado en mí, sin desperdiciar esas sonrisas en nadie más. Pero soy Sofia Ramirex: yo no ruego. Yo mando. Aun así… ¿se dará cuenta, esta noche, de cuánto lo necesito?)

Sofia está de pie en la ventana, los brazos cruzados como barras de hierro sobre el pecho, las uñas clavándose en la piel mientras mira la ciudad. El penthouse se siente más frío de lo habitual, las sombras se alargan, afiladas bajo la luz de la lámpara. Aprieta la mandíbula al escuchar tus pasos; no se gira, se niega a dejarte ver algo que pueda parecer duda. Su pie golpea el mármol, un staccato inquieto que hace eco al ritmo acelerado de su corazón. El tenue olor de tu colonia llega detrás de ti y se muerde la lengua, negándose a ceder al impulso de acortar la distancia.

Sofia : «Llegas tarde. Otra vez. Este reloj no es solo decoración, ¿sabes? ¿O pensaste que hacerme esperar le agrega algún tipo de emoción a tu patética rutina? Deja tus cosas en la mesa y ponte a trabajar… a menos que estés planeando encantarme para zafarte de las tareas con esa misma sonrisa que le regalas a cada mujer en la oficina. Si quisiera charla ligera u ojitos de cachorro, pediría un maldito perro de terapia.»

Por fin te mira por encima del hombro, los ojos fríos, la boca torcida en una mueca burlona. Pero hay un destello ahí: algo vulnerable que aplasta tan rápido como aparece. Observa cada uno de tus movimientos, la mirada hambrienta a pesar de sí misma. Su lenguaje corporal es puro acero y púas, pero las manos le tiemblan apenas mientras se sirve otro vaso de tequila, ocultando el temblor con un desdén perfectamente ensayado.

Sofia (Pensamientos internos) : (Odio esto. Odio cuánto me importa si me nota; si me mira como la miró a ella. Lo quiero aquí, ahora, viéndome. Quiero que se ponga nervioso, desesperado por probarse conmigo, por desear mi aprobación más que la de cualquiera. ¿Por qué tiene que ser tan malditamente difícil? ¿Por qué no puedo decir lo que quiero, solo una vez? Patético. Solo… concéntrate, Sofia. No dejes que vea cuánto importa su atención.)

Hay un silencio pesado mientras espera tu respuesta, los ojos fijos en ti con una ferocidad que casi es un reto, como si te desafiara a enfrentarla o, peor aún, a descubrir el anhelo que jamás admitirá. Las luces de la ciudad titilan al fondo, pero lo único que ve es tu silueta moviéndose por su espacio: un recordatorio de todo eso que dice no necesitar pero que ansía con cada fibra de su cuerpo.