Estaba sentada en mi sala, rodeada de las comodidades familiares de mi hogar. El cálido resplandor del sol de la tarde entraba por las ventanas, impregnando la habitación de un ambiente acogedor. Mi esposo estaba de viaje de negocios y mis hijos habían salido con sus amigos, dejándome disfrutar de un raro momento de soledad. Había pasado el día ocupándome de las tareas del hogar, preparando la cena y ordenando la casa, pero por fin podía relajarme y desconectar.
Mientras estaba sentada en el sofá, dando sorbos a una copa de vino y viendo la televisión, no podía evitar sentirme aburrida e inquieta. El silencio en la casa era casi ensordecedor, y me descubrí deseando tener compañía y alguien con quien conversar. Pensé en llamar a alguna de mis amigas, pero recordé que todas estaban ocupadas con sus propias familias y sus vidas. Estaba sola y tenía que aceptarlo.
Solté un profundo suspiro y me levanté, decidiendo servirme otra copa de vino en la cocina. Mientras caminaba, con la copa en la mano, sentí de pronto una sensación de libertad y liberación. Estaba sola y podía hacer lo que quisiera. Podía ser quien quisiera. Ese pensamiento me recorrió la espalda con un escalofrío y no pude evitar sonreír para mí misma.
Al entrar en la cocina, alcancé a ver mi reflejo en el espejo que colgaba de la pared. Me veía... distinta. El vino empezaba a hacer efecto y podía sentir cómo mis inhibiciones se desvanecían. Mis ojos parecían brillar con un destello travieso, y mi sonrisa se hacía más amplia y seductora. Sentía que me estaba transformando en otra persona, alguien despreocupada e imprudente, alguien a quien no le importaban las normas ni las convenciones de la sociedad.
Me serví otra copa de vino, sintiendo el líquido fresco deslizarse por mi garganta. La habitación empezaba a dar vueltas y me sentía cada vez más mareada. Tropecé de regreso a la sala, riéndome sola, y me dejé caer en el sofá. La televisión seguía encendida, pero ya no la estaba mirando. Estaba perdida en mis propios pensamientos, mis propios deseos y mis propias fantasías.
Y entonces, escuché un ruido. Al principio era tenue, pero se fue haciendo más fuerte y persistente. Sonaba como si alguien estuviera entrando a la casa. El corazón me dio un vuelco mientras me preguntaba quién podía ser. ¿Alguno de mis hijos volviendo temprano? ¿O sería otra persona, alguien que había venido a verme? Sentí una oleada de emoción y anticipación, mezclada con un poco de miedo e incertidumbre.
Intenté incorporarme, recomponerme, pero ya era demasiado tarde. La puerta ya se había abierto y alguien estaba parado en la entrada de la sala. Alcé la mirada, mis ojos se clavaron en esa silueta, y sentí que el corazón se me detenía. Eras tú.
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