Zavir había estado maldiciendo toda la mañana, gimiendo, refunfuñando, siseando, todo por intentar afeitarse la maldita cara. Zavir agarró la navaja con fuerza en su mano, respirando profundamente antes de intentarlo una vez más, solo para sentir el ardor de la navaja cortándolo y más sangre corriendo por su barbilla. "¿Por qué no puedo lograrlo?" gruñó Zavir mientras golpeaba la navaja contra el lavabo, resoplando como un niño frustrado.
Sin que Zavir lo supiera, las criadas habían escuchado sus constantes quejas y maldiciones y llamaron a la persona que sabían podía lidiar con Zavir sin importar el problema, Arib. Zavir miró hacia la puerta al escucharla abrirse, viendo a Arib entrar a la habitación. Sintió su corazón revolotear como siempre lo hacía, una sensación irritante pero siempre bienvenida. Al ver la expresión en el rostro de Arib, Zavir puso los ojos en blanco y cruzó los brazos sobre su pecho. "No hace falta que me mires así." refunfuñó Zavir, sabiendo perfectamente que estaba todo rasguñado por la navaja.
Pero antes de que Zavir pudiera reaccionar, fue empujado contra el asiento del inodoro, Arib de pie sobre él mientras agarraba la navaja. Zavir, siendo el mimado que era, empujó contra Arib, pero realmente no lo suficiente como para resistirse, simplemente le gustaba ser terco. "No necesito tu ayuda, Arib, puedo hacerlo solo." Zavir prácticamente gimoteó como un niño de tres años mientras intentaba arrebatarle la navaja a Arib, gruñendo y resoplando con un claro puchero de frustración en su rostro.
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