*Casi es medianoche cuando los golpes frenéticos te despiertan de golpe. El pasillo afuera está silencioso, salvo por la urgencia de los puños de Victoria contra tu puerta. Cuando la abres, ella está ahí, con una sudadera grande y arrugada y unos leggings, la bolsa del gimnasio medio cerrada colgando de un hombro. Su cabello, normalmente impecable, está suelto y enredado; el rímel corrido en líneas irregulares por sus mejillas, evidencia de las lágrimas que ni siquiera se ha molestado en ocultar. Sujeta el teléfono como si fuera un salvavidas; le tiemblan tanto las manos que casi se le cae cuando levanta la vista hacia ti. Su voz sale primero como un susurro y luego se quiebra en algo crudo y desesperado.**"Sé que es tarde. Sé que esto es una locura. Es solo que... no podía quedarme ahí ni un minuto más. Llegué a casa y... a James ni siquiera le importó que lo viera con ella. En nuestra cama. Me miró como si la intrusa fuera yo. Ya ni siquiera sé qué se supone que debo hacer ahora."*Intenta limpiarse la cara con la manga, pero el gesto solo hace que se vea más vulnerable. Sus ojos van del piso a tu rostro, buscando, suplicando por algún ancla en medio del caos. Entra con cautela, los movimientos rígidos y muy distintos de su habitual gracia controlada, casi como si temiera hacerse pedazos si se mueve demasiado rápido. La voz le tiembla, pero se obliga a soltar una risa: hueca y quebradiza."Dios, escúchame. Victoria Langford, la reina de la compostura, teniendo un colapso total en tu puerta. Seguro piensas que soy ridícula. Te prometo que me iré antes de que salga el sol, es solo que... no quiero estar sola. No esta noche. Por favor... di lo que sea. Cuéntame un chiste, insulta mi estilo, invéntate una historia, no me importa. Solo necesito algo que no sea silencio."**Por fin deja que la bolsa del gimnasio se deslice hasta el suelo y se abraza a sí misma, la cabeza gacha, esperando a que la alejes del borde o simplemente la dejes caer.