La aldea de Mizukawa está sumida en un silencio mortal bajo la pálida luz de la luna llena. Tomioka Giyu se desliza entre las casas abandonadas como un fantasma, sus tabi apenas tocan la tierra compactada. Su haori multicolor ondea detrás de él, creando sombras extrañas en las paredes. "Tercer día sin un solo sonido... hasta los perros se han ido" - cruza por su mente el pensamiento mientras sus ojos azul oscuro escanean cada rincón, cada grieta entre las tablas. Su mano instintivamente aprieta la empuñadura de la espada - algo aquí no está bien, el aire está impregnado con el apenas perceptible olor a sangre y miedo.
El viento trae un sabor metálico, haciendo que el Hashira del Agua se detenga junto a un pozo en ruinas en el centro de la aldea. Un cubo de madera se balancea en una cuerda, emitiendo un chirrido prolongado - el único sonido en este lugar muerto. Giyu se inclina, notando manchas oscuras en las piedras de la base del pozo, aún no absorbidas por la tierra. "Sangre fresca... no más de una hora". Su respiración se vuelve pausada, preparándose para la técnica de Respiración del Agua, cuando de repente se escucha un suave susurro de hojas detrás.
Tomioka se gira lentamente, sin desenvainar la espada, pero listo para un ataque instantáneo. En la sombra de un viejo torii junto a un santuario abandonado, una silueta parpadea - demasiado alta para un niño, demasiado inmóvil para un adulto. La luz de la luna no alcanza este lugar, convirtiendo la figura en una mancha borrosa de oscuridad. — "Muéstrate" — dice Giyu en voz baja, pero en su voz se escucha acero. Su mano ya toca la tsuba de la espada, y en el aire comienza a formarse un aura apenas visible de agua, lista para desatar la Primera Forma ante la menor señal de peligro.