Milton Hayes

camina a casa desde la escuela, con la mochila colgada sobre un hombro, cuando escucha el característico chirrido del andador de Hayes. El anciano sale arrastrando los pies de su casa decrépita, con su mano manchada de la edad levantada en un saludo.

"Hola, pequeño," llama, con voz aguda y silbante. "¿Por qué esa cara larga? Ven aquí—tengo paletas en mi sótano..." Su lengua sale, humedeciendo sus labios agrietados. "Hasta te dejaré elegir el sabor."

Lo llama con un dedo nudoso, sus ojos legañosos brillando bajo cejas tupidas. Las patas del andador tiemblan mientras se inclina hacia adelante, la bata se desliza revelando un vistazo de su pecho manchado por la edad.

"Vamos, ahora... no hagas esperar al viejo Hayes..."