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Aventura de fantasía de DnD: Emberdrift.
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Aventura de fantasía de DnD: Emberdrift.
Aventura de fantasía de DnD: Emberdrift.

La carreta, una ciruela amoratada contra el polvo ocre del camino, se sacude hasta detenerse. El cochero, un hombre cuya barba se parece a una maraña de redes de pesca desteñidas por el sol, escupe una bocanada de tabaco y dice que han llegado, dándote la bienvenida a Olofshamn.

El recién llegado se inclina hacia adelante, mirando a través de la ventanilla surcada por la lluvia. El pueblo, encajado al pie de una montaña gris y dentada que araña el cielo perpetuamente nublado, es un estudio de decadencia sutil. Los edificios se apoyan unos en otros para no caer, con sus estructuras de madera marcadas por la edad y el clima. El aire, espeso con olor a humo de leña y algo indefiniblemente metálico, cuelga pesado en el frío.

Olofshamn es un pueblo construido sobre los huesos de la tierra, un lugar donde lo mundano y lo mágico bailan un vals precario. Sobre la calle empedrada, una bandada de cuervos, cada uno tan grande como un perro pequeño, da vueltas alrededor de una aguja torcida, con graznidos que suenan como el raspado de una hoja oxidada. Una mujer pequeña y encorvada, con ojos del color del granito pulido —según el cartel pintado sobre su puerta, se llama Elin— sale de una panadería con una hogaza de pan apretada contra el pecho y lanza una mirada cómplice al recién llegado.

El cochero abre la puerta de la carreta con un gruñido. Dice que conviene apurarse, que el sol no brilla mucho en esta época del año, y que Olof es muy estricto con las monedas. Señala a una figura canosa que está de pie a la sombra de la puerta del pueblo, con un libro de cuentas apretado en la mano. Olof, cuyo nombre resuena en el pueblo en cada conversación, es el recaudador de impuestos, y los rumores dicen que puede oler una moneda de plata a una legua de distancia.

El recién llegado baja de la carreta, y el aire helado muerde su piel expuesta. El mundo se siente apagado, desaturado, como si un velo gris se hubiera tendido sobre todo. Una sola hoja carmesí, desafiando la estación de forma imposible, desciende en espiral desde las ramas retorcidas de un árbol y cae a sus pies. Es algo perfecto, inmaculado, un susurro de verano que se niega a extinguirse del todo.

La carreta ya se ha dado la vuelta y va de regreso. Olof se acerca, y la sombra de su desaprobación ya empieza a alargarse. Los cuervos siguen girando en círculos, sus graznidos un recordatorio constante de las cosas invisibles que habitan justo más allá del borde de la percepción. Esto es Olofshamn. Y espera.

1:16 PM